Las chicas superpoderosas

“¿Qué hacen cursando? Vayan a ver Netflix y después hablamos”, dije el lunes pasado en clase de un seminario de grado cuando todos respondieron que no habían visto el especial de Hannah Gadsby. Con mi compañera veníamos armando en el aire, por asociación y casi de memoria, una constelación de documentales disponibles en la plataforma que devoramos en los últimos meses. Elles anotaban en sus cuadernos la data para volver a su casa y educar al algoritmo. Armamos una ruta básica con contenidos rutilantes como los navegantes mirando las estrellas para salir a explorar un catálogo oceánico de propuestas.

La agenda de los consumos culturales este año no fue menos intensa que la de la resistencia en la calle. Entre lanzamientos y materiales preexistentes que emergieron a la superficie en el último año, se armó un segmento de contenidos para la tribuna feminista que incluye series y documentales que hacen eco de varios temas en discusión que llegan por oleadas desde la calle a nuestras casas, camas y, por qué no, sillones.

Desde las historias basadas en hechos reales como Feministas, ¿qué estaban pensando?; Caso Roe: el aborto en los EE.UU ; Miss Representation; She is beautiful when she is angry; Las sufragistas o Seeing Allred  hasta las series que se autoproclamaron el giro feminista en la ficción como la sexta temporada de House of cards, (Des)encanto de Matt Groening  o El mundo oculto de Sabrina confirman que ahora sí nos ven como una audiencia heterogénea, crítica de las historias en circulación y desconfiada de los estándares que impone el arco dramático. Pienso todo esto porque  una amiga me escribe por guasap pidiendo le recomiende una serie para “ampliar su gusto”.

En qué te han convertido Claire Underwood

Antes del estreno de la temporada final de House of Cards, la protagonista señala que era preciso seguir adelante por la fuente de trabajo de sus compañeros. También se insiste en el rol fundamental que tuvo la actriz Robin Wright en la escritura y seguimiento del guión. En un abrir y cerrar de paraguas ante las posibles críticas sobre el relato que concluye con el ascenso de una mujer al puesto más importante de la política de los EEUU. La preocupación por no decepcionar a los fanáticos es el verdadero fantasma que sobrevuela los ocho capítulos. Pero aún concediendo como rescatan algunas críticas que se la muestra “ambiciosa, inteligente y efectiva como a pocos se les permite ser, incluso en la ficción”, la trama tiene problemas más graves que la apropiación positiva de un estereotipo de mujer despiadada. Simplemente pierde el deseo en el camino y se vuelve aburrida.

En su turno, la gobernabilidad de Claire parece estar condicionada por tres factores: los prejuicios sobre las capacidades de una mujer a mando literalmente expresadas en la escena en las que brinda un discurso frente a las tropas y la interpela una cadeta. En segundo lugar, las jugadas de los hermanos Shepard que encarnan el poder real y le exigen una lealtad presuntamente pautada de antemano con el marido. Por último, pero no menos importante, poner la casa en orden y hacer limpieza después de los sucesivos mandatos de su compañero poniendo en caja (también literal) a los aliados más cercano. 

Por fuera de la trama existe un cuarto factor que marca la historia de su mandato que es el gobierno de su cuerpo. Una superficie que se puede recorrer sin dudas porque da todas las señas de un vuelco al autoritarismo. Como todas las reseñas sobre el trabajo de la vestuarista canadiense Kemal Harris: lleva el pelo cortado en forma de casco asimétrico, los trajes en cinco tonos oscuros (verde militar, azul, negro y uno o dos borgoñas) y mucha tela que la cubre siempre de la muñeca hasta el cuello.  Claire aparece vestida para conquistar al mundo pero deja de lado los retazos de piel que le permitían seducir de paso a los que caminan con ella.

En esta temporada, la posibilidad de gozar aunque sea con el despliegue que hace de una estrategia perfecta aparece como una mueca vacía que constata la inteligencia de ella y del guión. No hay piel en su imagen pero menos en su rutina. No hay llamadas al servicio secreto para ir a cojer con una periodista arriba de un local de mala muerte, ni un poco de nostalgia de los revolcones con Tom, ni siquiera se menciona cuándo fue que quedó embarazada. La situación más cercana a una insinuación erótica es una llamada telefónica por la madrugada con Petrov. Una escena en la que el espectador pone todo de sí porque el sexo parece estar fuera de cuadro cuando las damas mandan.

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Ella permanece incólume usando su cuerpo lo justo y necesario como cuando debe amedrentar a otros (la rescatable escena de la panza en el despacho oval o cuando suelta en público la mano de su aliada política) o para fingir sentimientos (cuando llora desconsolada en el sillón) pero sin que en cada uno de estos pasos ella esté presente sino perdida en la próxima jugada. Tampoco es dueña de su tiempo para compartir con un cómplice, bajarse un trago, reírse o fumarse un pucho en la ventana como hacían con Frank.

Claire avanza ausente en su propio cuerpo que se vuelve un simple tanque de guerra. Una caricatura perversa que ensombrece la posibilidad de ver a la mujer que imaginó tener el poder para dejar una huella que se más que un uso instrumental de la lucha feminista. En el final, ella alcanza el éxito con sus propias manos pero se queda con una victoria solitaria que no transmite mucha más calentura que la temperatura que levanta el roce del culo con la cuerina de la silla del salón oval.

 

De qué se ríen las feministas

Una serie saca la mala impresión de la otra. Al día siguiente arranqué a ver una de esas que nunca confesaría cuando un conocido pide sugerencias por facebook. Después de Chicas Buenas, no había encontrado otra comedia de las que administro como bálsamo cerebral en los días malos. Buscando manualmente llegué a Great News de Tracey Wigfield.  La base de la historia es sencilla: Kate es una periodista de un noticiero de la televisión por cable desesperada por hacer notas que le den algún tipo de prestigio y en eso su madre entró como pasante en el mismo programa.

En la primera temporada trabajan a partir de remates cierta mirada sobre el mundo laboral y el espacio de ellas entre los tipos. Pero la cuestión se pone interesante en los tres primeros capítulos de la segunda temporada: La perra de la mesa de juntas; La pelea de la pandilla y El señuelo cuando aparece Tina Fey como Diana St. Tropez. La única CEO mujer que figura en el ranking de Fortune y que se volvió una estrella en el medio por su lucha por la igualdad en el ámbito laboral. Encima tiene un libro que lo acredita. Una hipérbole del caso exitoso que lo tiene todo bajo control incluso las expectativas sobre sí de un ejercicio de poder feminista.

Las guionistas se las arreglan para que el restos de los conflictos sigan su curso pero la atención se concentra en un triángulo (amoroso) entre la madre sexagenaria, Carol; la jefa modelo aspiracional, Diana y la treintañera con ganas de dar el batacazo, Kate. Tres mujeres en distintas etapas de la vida que pelean por reconfigurar las formas de articular la idea de la maternidad y de cuidado de pares, familiares, parejas sin que se esfume el deseo o las posibilidades en el trabajo.

Great News - Season 2

La batería de chistes sobre óvulos congelados, cuánto llorar en la sala de reuniones, cómo hablar en tono asertivo sin hacer de todo una pregunta  o cómo hacerle creer a tu superior que en verdad fue de él tu idea, se sueltan entrelíneas sin levantar ni un poco el tono de voz o correr la mirada. Ese sostén paciente del silencio con una media sonrisa, escuchando para que sea el otro el que caiga en lo que dice es una marca de la comedia que hacen estas chicas que irrumpieron en la mesa chica de la comedia norteamericana.

Como primera guionista principal de Saturday Night Live o al frente de 30Rock, Fey entiende la potencia de tener cómplices. En No necesitan presentación de David Letterman, ella lo explica casi sin decir nada.

           – Se que es un tema que no te gusta y que es una pregunta sin respuesta: las  mujeres en la comedia.

          – Emm…-, ella se muerde el labio inferior.

          – …se que has sido muy generosa con las mujeres y que intentas resolver su desigualdad. Cuando tenía mi programa, cuando me entrevistaban para alguna publicación o algo, me preguntaban: ´¿Por qué no tienes guionistas mujeres?´ Y lo único que se me ocurría decir era: ´No lo sé¨.

         – Claro…

         – No sabía porque no tenía guionistas mujeres. No lo sé. No había una política de prohibición. Y siempre pensé: ´La verdad, si fuera mujer, no sé si querría participar en mi pequeño programa de todas formas, porque salimos a las 12:30.´

Ella desdobla una sonríe.

          – Sí, queremos participar-, luego asiente y lo vuelve hacer respingando la nariz mientras el público se aplaude.

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¿Cómo es que más participación hace la diferencia? No por una sustitución de roles en el que las mujeres den las órdenes, estén por encima de la situación y trabajen más duro para equilibrar o torcer la balanza a su favor como hace Claire en la ficción.  A veces se es más inteligente esperar para que los demás muestren su juego. “Lo bueno de SNL es que el sistema es bastante justo. Hay una lectura de guión cada semana. Todos preparan sus ideas el martes y el miércoles se reúnen para leer 40 o 50 sketches. Si el tuyo hace reír a varios, se elige”, cuenta ella sobre su experiencia.

Durante una noche de lectura maratónica, su amiga Paula Pell presentó una vez más una parodia que había escrito sobre toallitas femeninas. “¿Te acordás cuando la moda era lo clásico como Coke Classic o Nike Classic? Ella había propuesto una parodia que se llamaba Kotex Classic. Era un sketch muy gracioso que evocaba una era de antaño y había una toallita sanitaria gigante del tamaño de un pan”. Los hombres en la mesa descartaron la idea enseguida pero Fey insistió en que se lea. “Mientras discutimos entendí que no dijeron intencionalmente que no porque ´es de mujeres, qué asco´ sino que no entendían el chiste. Me decían: ´¿No entiendo? Deberían andar desnudas´. Se los tuve que explicar gráficamente hasta que aceptaron grabarlo. En la escena estaba Maya Rudolph en una pileta con unas toallas sanitarias y le flotaba el culo. Al final fue un éxito”.

El juego de damas no se trata de una construcción personalista o por llegar a ocupar el sillón. Como explica la periodista, Luciana Peker se trata más de hacernos “piecito” para trepar los obstáculos de una cotideanediad disfuncional que tanto Fey como Wigfield ponen a la vista en series como 30Rock o Great News.

Al margen de las diferencias propias de cada género, las dos series pretenden pensar el mismo punto: cómo se construye una mujer en el poder. En House of cards se plantea una pulseada por anticipar los movimientos de todos pero dejando su experiencia acotarse a parámetros de liderazgo que nunca por más que grite que es su turno le serán propios. En cambio, Diana sabe que el éxito es siempre una trampa y cuando su personaje se despide de Kate en la tira después de intentar acosar sexualmente a todos sus empleados sin lograr que alguien la denuncie dice: “quizás algún día cuando vos ocupes mi cargo, vivamos en un mundo donde las mujeres puedan ser pervertidas y se vayan a casa con cuantiosas indemnizaciones”. Porque a ella no le queda otra que seguir confirmando en cada oportunidad su excelencia. Porque nunca será uno de ellos. Y porque en el fondo el chiste es que no quiere serlo. Eso es pensar el dilema del poder como una chica.      

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